De la libélula al bombín, por Francesc Miralles
I
Me gusta la obra de Josep M. Porta Missé más allá de
la propia obra. Nos encontramos ante un artista que
rompe los esquemas que de una manera precipitada,
casi de forma inconsciente, hemos establecido los
historiadores y críticos para tender un hilo desde el
que poder hacer recorrer nuestro discurso. Así no
hemos hecho clasificaciones y agrupaciones desde
las obras y su análisis, sino que nos hemos instalado
en la comodidad de las declaraciones y manifiestos
que hacen los artistas.
Esto nos ha ido bien para construir los discursos
expositivos y analíticos, siempre con notables
ambiciones filosóficas, que han constituido toda la
historiografía artística del siglo xx, en especial la de la
segunda mitad de siglo.
Entonces, en buena medida quedamos sorprendidos
cuando tenemos que adentrarnos en la
obra de artistas como Porta Missé, que se aleja de
esquemas preestablecidos. Y se alejan porque ellos
no parten de una teoría. Porta Missé es uno de ellos.
Y en este caso es muy posible que el transitar junto
a tendencias y grupos le venga dado por su carácter
independiente: independiente como persona e
independiente como artista.
Ha sido tan independiente y fuera de esquemas,
que de él sí puede decirse que, a nivel artístico, ha
sido autodidacta: plenamente. No ha ido nunca
a ninguna escuela ni academia a realizar estudios
artísticos. A él le ha bastado con ver trabajar a su
padre, Josep Porta, un artista extraordinario, excepcional
dibujante, que nunca ejerció como artista, le
ha bastado para inclinarse hacia la creación plástica,
para saber cómo arreglarse respecto a la técnica.
Tan independiente y fuera de esquemas ha sido
a nivel personal, que Porta Missé no ha pretendido
nunca forjarse una reputación de artista, nunca ha
querido establecer un currículum compacto: ha
desarrollado una amplia labor artística, arrítmica
en su creación, provocada por las urgencias de su
cotidianidad.
Consecuencia de estas premisas, la obra de este
artista barcelonés ha quedado en parte marginal,
en parte desconocida: para unos, porque no se ha
inscrito en un estilo, en un ismo concreto; para otros,
porque el hecho de recorrer Europa como un trotamundos
culto, no ha dinamizado su obra de manera
homogénea. Para mí son estas arritmias, esta independencia
y libertad, las que le definen y le hacen
más atractivo.
II
En varias ocasiones he escrito que los movimientos
del siglo xx, la sucesión de innovaciones que crearon
los ismos, eran el sustrato sobre el que se desarrollaría
la plástica futura. Yo no pienso que el acercamiento
a la realidad que realizó el impresionismo
sea un proceso cerrado. Como no creo que lo sea la
estructuración del espacio que nos llevó al cubismo,
ni el profundo abismo que abrió el surrealismo. Todo
esto está presente, de un modo u otro, en los artistas
actuales: hay quien todavía prefiere indagar ciertos
aspectos de la naturaleza, incorporarlos a su obra
con mayor o menor originalidad, hay quien da vueltas
al inconmensurable mundo del inconsciente, hay
quién… Pero algunos, pocos, de los artistas de ahora,
no se inclinan por uno u otro camino o tendencia
sino que mezclan las más contradictorias y opuestas
aportaciones. El ejemplo más claro de esta manera
de hacer lo encontramos en la obra de Miquel Barceló,
que se ha impuesto internacionalmente. Y de
modo semejante —que no exacto— la encontramos
en la trayectoria de Porta Missé.
(Abro paréntesis: siempre he tenido presente
que en determinados momentos de la historia poco
a poco se van acumulando varias aportaciones que
se hacen en lugares distantes los unos de los otros,
enriqueciendo el lenguaje que se va configurando
de manera lenta. Podemos poner como ejemplo más
evidente de este hacer, la época del románico: en un
sitio introducen un tipo de capiteles, en otro un tipo
de arcos; en un sitio crean una modalidad de cubierta,
en otro experimentan con la pintura… Y unos y
otros van incorporando de aquí y de allí, llegando a
monumentos que han fusionado unas y otras aportaciones,
y se han enriquecido considerablemente. Y
de modo parecido, la época renacentista.
Ya sé que la mayoría dirá que estas eran otras
épocas. Es cierto, eran otras épocas, pero todos
están de acuerdo en que el espíritu del hombre no ha
evolucionado. Del mismo modo que no ha evolucionado
el resorte creativo.
Siempre he creído que la plástica del futuro
inmediato se configurará por medio de una mezcla
de ismos y tendencias que de una manera contradictoria
y opuesta nacieron a lo largo del siglo xx. Cierro
paréntesis.)
En la obra de Porta Missé encontramos una
buena dosis de surrealismo, unos toques de constructivismo,
otros toques de un cierto cubismo; hay
un informalismo latente, siempre.
Porta Missé rompe esquemas. No se le puede
encasillar en un estilo o una tendencia determinados.
Aquí radica la inquietud de los historiadores
y la grandeza del artista. Un paseo a lo largo de su
obra se convierte en una serie de sensaciones, en un
cúmulo de descubrimientos. Pocos artistas nos darán
tantas sorpresas, porque Porta Missé no lucha por
seguir o establecer un lenguaje sino que solamente le
interesa crear una emoción plástica y un sentimiento,
un pensamiento colectivo. Él no establece una crónica
que profundiza sus sensaciones y sus fantasmas
—como hacía Joan Ponç, con quien se le ha relacionado
numerosas veces— sino que se convierte en un
cronista estético de la sociedad en la que convive. En
otra ocasión ya he dicho que no se fija en sí mismo
como individuo sino en los demás como colectivo:
no refleja lo que siente sino que tipifica lo que pasa.
III
Si escribiéramos una historia convencional de la pintura
catalana tendríamos que decir que Porta Missé
pertenece a la misma generación que Joan Ponç,
Antoni Tàpies, Josep Guinovart, Modest Cuixart,
Albert Ràfols-Casamada, August Puig, Romà Vallès...,
para nombrar tan sólo algunos nombres. De
la misma generación si tenemos en cuenta las fechas
de nacimiento de unos y otros. Estos nombres, como
ya es sabido, son los que marcan el arte catalán de la
segunda mitad del siglo xx.
Si tratáramos de situar la obra de Porta Missé
junto a la de estos artistas ahora mencionados se
evidenciaría que muy poca cosa le vincula con los artistas
de su generación. Y esto se debe a dos razones.
La primera razón es cronológica: Porta Missé realiza
su primera muestra individual en 1963, fecha en la
que los artistas generacionales suyos ya tenían una
larga trayectoria: hacía unos 15 años que pintaban
y habían conmovido y sacudido el mundo artístico
catalán.
Porta Missé hasta 1958 se movía en torno a la
figura de su padre, un hombre singular, categórico,
un genio, que conducía a la familia con apasionantes
vaivenes económicos. Junto al padre aprendió varias
técnicas artísticas, ya que le ayudaba en la creación
y diseño de estampados sobre seda. A su lado trató
a toda la alta sociedad catalana, en la que estaban
integrados los Porta. Al morir el padre, en 1958,
él decide romper con todo el ambiente formalista
estático, y empezar su vida. Inmediatamente se fue
a Mallorca. Y la nueva vida le condujo a decantarse
hacia la pintura. Instalado en Palma conoció y convivió
con artistas y literatos, la mayoría refugiados en
la isla procedentes de medio mundo. Y convivió con
esa juventud internacional que hizo de Mallorca y de
Ibiza un centro mundial de libertad y contestación.
Esta es la segunda razón que aleja a Porta Missé de
los artistas de su generación: la huida de casa para
romper con los convencionalismos de la burguesía
catalana.
A pesar de que él ya tenía 30 años, el hecho
de vivir con esa juventud que marcaría una ruptura
social en Europa y en los Estados Unidos, le marcó
de manera definitiva. Él siempre había sido contestatario,
expulsado de pequeño de uno y otro colegio,
nunca siguiendo una disciplina académica. Y los
hippies le marcaron definitivamente no porque le
descubrieran nuevos aspectos vitales sino porque
coincidían con sus puntos vivenciales: practicar la no
violencia, rechazar la sociedad de consumo y conjugar
una libertad total, también sexual.
Porta Missé no se podía unir a los esquemas de
los artistas de su generación, pues había quedado
descolgado de ellos por un alejamiento obligado
por urgencias familiares, aunque de la mayoría de
esos artistas adoptó el compromiso de reflejar los
problemas de la sociedad. Y esa juventud en parte
desbrujulada le ratificó su posicionamiento ácrata.
Compartiría por siempre más una profunda crítica
a la sociedad con los beneficios de aprovecharse de
sus prebendas.
Este ha sido el juego vital de Porta Missé. Y su
pintura sigue también estos parámetros.
IV
Josep M. Porta Missé es un hombre refinado: de amplia
cultura asimilada de manera arrítmica al compás
de las vivencias. Refinado para vivir en ambientes
exclusivos conviviendo con gente refinada.
Porta Missé es un hombre refinado: de un gusto
exquisito por haber vivido en el sí de una familia en la
que la estética lo dominaba todo.
Con sus anárquicas idas y venidas y estancias
en cualquier ciudad de Europa, sólo confirmaba el
refinamiento de la aventura.
V
Porta Missé nos da la medida de su pintura en cualquiera
de las series o etapas en las que se puede
dividir su obra —divisiones que vienen marcadas por
lugares de residencia—. Centrémonos en Els insectes
y en Els Anglesos. Els insectes fueron el tema de su
primera muestra, en 1963, pintados en el decurso de
su estancia en Mallorca. La fuerza de esta serie reside
en que estos insectos no son insectos ya que viven
en el mar, y tampoco lo son porque son invenciones
irreales. Pero la fuerza del artista se encuentra en el
hecho de crear un mundo que a pesar de ser artificial
todos lo clasifican y se lo hacen suyo. Esta fuerza sólo
la tienen los grandes creadores.
Estamos en la primera metáfora de la obra de
Porta Missé: nuestro entorno es agresivo y violento y
no podemos escapar.
Els Anglesos es la serie que realizó en Londres, en
el mítico Londres de los años 60. Básicamente son
rostros de ingleses que se cruzan con él por la calle.
Aquí no crea un mundo propio sino que matiza el
mundo real y singulariza características. Y aparece de
nuevo el gran creador al ser capaz de darnos la visión
del hombre inglés tal y como nosotros lo interpretamos.
Aquí aparece la ironía. Él ya sabía esa definición
que, no hace mucho, nos daría Gao Xingjian —el
pintor y novelista chino, Premio Nobel de Literatura—
de que “El ser humano es estúpido, y debemos
ser conscientes de ello”.
Els Insectes, Els Anglesos: un mundo de pintura,
un mundo de sensaciones. Porta Missé tiene un
innato sentido por el color, por sus combinaciones.
Aunque admira la fuerza de los amarillos y los azules
de Van Gogh, él construye con tonos suaves que
consolidan un ámbito en el que se recortan, con
serenidad, los protagonistas de la acción.
Porta Missé nos hace un relato del mundo, de
la vida. Cada serie explica una aventura que pocos
otros artistas son capaces de explicar. Los espermatozoides
en series muy cercanas explican aventuras
de la vida, del mismo modo que lo hacen los bombines
de los hombres ingleses, como lo hacen estos
seres incalificables que no sabemos si son reales o
invenciones del artista. Porta Missé nos retrae a esa
rica tipología del siglo xix en la que las personas,
con cabezas de animales, establecían un canto a las
debilidades y vilezas humanas. Y nos retrae también
a ese mundo tenso, de locura, de un Ensor.
Aunque la elegancia de Porta Missé no nos violenta,
sino que nos atrae y nos permite adentrarnos
en un mundo de desconcierto.
¿Habéis pensado alguna vez por qué el artista insiste
en la figura de Icar —ese que queriendo desafiar
el destino se creyó tan superior que quería escapar
del mundo con sus alas?